Experiencia arqueológica en Madinat Ilbira (Atarfe, Granada). El juego de desenterrar el pasado

29/11/08.- Inés Gallastegui. Ideal

Una treintena de chavales de Atarfe dirigidos por un arqueólogo realizan una prospección y una excavación de prácticas en el yacimiento de Medina Elvira.

BAJO un sol de justicia, 33 chavales de Atarfe participaron ayer en el juego apasionante de desenterrar -literalmente- el pasado. El arqueólogo José Javier Álvarez dirigió una prospección y una excavación simuladas en La Lastra, dentro del yacimiento de Medina Elvira. Cepillo y paletín en mano, todos los chavales tuvieron la oportunidad de descubrir, debajo de un montón de tierra y piedras, un esqueleto humano. El objetivo: acercar a los niños «uno de los yacimientos más importantes de Europa», que se encuentra a pocos metros de sus casas.

La concejala y directora de la Oficina Técnica de Medina Elvira, Francisca Fuillerat, aseguró que los escolares de Atarfe «conocen estos parajes, pero no los relacionan con sus antecedentes históricos». «Se trata de ir creando conciencia -agregó José Javier Ávarez- porque la arqueología todavía es una cosa muy alejada. La gente lo identifica más como un problema que como algo suyo».

El arqueólogo intentó transmitir a los escolares cómo se trabaja en su profesión: qué herramientas emplean, qué normas deben respetar y qué claves manejan para obtener información valiosa de lo que encuentran bajo el suelo.

Primero, los chavales tuvieron la oportunidad de hacer una prospección: en un área delimitada, fueron recogiendo trozos de piezas cerámicas, tejas y ladrillos, es decir, las pistas que indican la presencia de un asentamiento humano en el subsuelo.

Pero la estrella de la mañana fue la excavación de una sepultura simulada. Álvarez reunió a sus pequeños aprendices en torno a una hondonada en el terreno. «Es un hallazgo fortuito -les dijo-. Al arrancar las raíces de un olivo, han quedado al descubierto trozos de vasija y un trozo de muro circular». ¿Un pozo? ¿Una tumba?

Los chavales fueron bajando al hoyo por parejas y limpiando cuidadosamente las piedras y la tierra. «¿Ay, Dios!», exclamó una niña al ver asomar las costillas. «¿Qué asco! -apostilló otra al descubrir una manchita roja en uno de los huesos-. ¿Es sangre!».

Sin embargo, estos escrúpulos preliminares no impidieron a ningún crío bajar a la sepultura para hacer su parte del trabajo. Poco a poco, la tierra fue revelando el hallazgo: la pelvis, el tórax... y tres brazos. «¿Qué quiere decir esto?», preguntó el experto. «¿Que hay más de una persona enterrada?», aventuraron varios críos a la vez.

«La excavación es un trabajo minucioso, delicado, porque si cometemos un error y destrozamos algo no podemos recuperar los datos», advirtió José Javier Álvarez, que recomendó a sus alumnos no levantar nada, limpiar sólo la tierra de relleno, apuntar con cuidado todos los detalles en una ficha y fotografiar cada hallazgo.

Los niños descubrieron cómo el suelo puede contar historias: un esqueleto tumbado de costado mirando al sreste indica un ritual de enterramiento islámico, pero los adornos de la vasija nos hablan de una cerámica típicamente romana.

«Después los antropólogos nos dirán la edad, el sexo y la altura de la persona a la que pertenece el esqueleto. Posiblemente podrán determinar de qué ha muerto, qué enfermedades padecía y qué tipo de alimentación hacía», destacó el investigador. «¿Y el nombre y los apellidos?», bromeó un escolar. «Eso no se sabrá nunca», le replicó misterioso el experto.

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